¿PARA QUÉ UNA ESCUELA DE VIDA?
La Escola de Vida Simultaneïtat fue fundada en 2004 por el Dr. J.Mª Fericgla apoyado por más de un centenar de amigos y colaboradores. El objetivo de la Escuela de Vida es la aplicación de una espiritualidad o filosofía práctica que ayude a las personas a llevar una vida con sentido, orientada hacia el éxito y la plenitud, a despertar a una vida consciente y comprometida, y a prepararse para una buena muerte que solo se alcanza llevando una buena vida. El objetivo último de la Escola se resumen en que cada persona sea lo más sí misma posible.
La Escuela de Vida tiene un método, unos valores y un camino propios, pero nació apoyada en los grandes maestros del misticismo sufí, en la obra de psicología profunda de C.G. Jung y en técnicas de manejo de la energía vital adaptadas del chamanismo amazónico. Actualmente hay grupos de la Escuela de Vida arraigados que trabajan por y para sí mismos, y para la comunidad en toda la geografía española. Un objetivo de la Escuela es también transmitir valores constructivos a los jóvenes.
Si tienes interés en recibir información de la Escola de Vida Simultaneïtat, puedes escribir al c/e: secretaria@escoladevida.org.
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En nuestras sociedades actuales no hay costumbre de pertenecer a una Escuela de Vida o de espiritualidad fuera de órdenes monásticas o equivalentes. En otras sociedades es frecuente que las personas con inquietudes existenciales profundas pertenezcan a una escuela de vida, participen en algún grupo de desarrollo espiritual, se identifiquen y practiquen una religión o sigan las enseñanzas de algún maestro en el arte de vivir.
Entre nosotros, las personas aceptan con facilidad que deben pasar un mínimo de cuatro o cinco años estudiando en la universidad y pagar una suma considerable de dinero para estudiar una carrera, pero es extraño que no entiendan que para aprender a vivir con plenitud también son necesarios unos conocimientos y técnicas, y que para adquirirlos es imprescindible un gran esfuerzo y tiempo.
Como escribió el maestro sufi Sanai, de Afganistán, en el 1131, la humanidad está dormida, ocupada solo en lo que es inútil, viviendo en un mundo equivocado. Creer que esto puede superarse es solo costumbre y uso, no es religión, pero para ello hay que trabajar.
Lo cierto es que si nos observamos sinceramente, nos daremos cuenta de que estamos dormidos, que no nos recordamos de nosotros mismos, y justo en esto inciden la mayoría de filosofías prácticas orientales como el budismo, sufismo, hinduismo… Recordarse representa un gran esfuerzo que exige un acopio de energía diferente a la que se usa en la vida vulgar y solo puede realizarse en grupo, con la ayuda y la intención del grupo dirigida hacia un mismo fin. Es cómico ver algunas personas que quieren evolucionar solas, en medio de su soberbia individualista, y acaban desengañadas y más aisladas que antes. El buen humor, la humildad y la fluidez en las relaciones con los demás son signos de desarrollo humano, y para ello… son necesarios los demás. Sin la observación de uno mismo correctamente conducida, un ser humano no comprenderá jamás las conexiones y las correspondencias entre las diversas partes de la máquina que es él mismo, no puede comprender jamás cómo ni por qué a él “le pasan las cosas”.
Cuando uno comienza a observarse correctamente comprende de pronto en qué difieren las funciones que lo constituyen, qué significa actividad intelectual, qué significa actividad emocional, actividad motriz o actividad instintiva y cómo se relacionan entre ellas. Si uno se observa de verdad, y para ello hace falta ayuda, de pronto descubre que se puede pensar, sentir, actuar, hablar y trabajar… ¡sin estar consciente de ello!
En realidad, autoobservarse no exige una gran habilidad pero requiere de un esfuerzo y técnicas específicas, de un marco de referencia adecuado, de un grupo entrenado para apoyarse mutuamente y de un guía que sepa ver a cada sujeto en su sesgo y desarrollo personal para ayudarlo a no perderse por el camino. Ello es lo que constituye una escuela.
Uno y una tiene que elevarse a sí mismo, debe construirse para vivir en una dimensión más humana y plena, con sentido. No es suficiente dedicar varias horas al día a leer libros de autoayuda o textos de espiritualidad –aunque bien… siempre es mejor esto que perder el tiempo con revistas del corazón–.No es suficiente con hacer cada día ejercicios del tipo que sea –yoga, meditación, tai chi o danzas sagradas– para elevarse por encima de un mero nivel de existencia reactiva. No es suficiente. Hay que pertenecer a alguna escuela o tradición que sea útil, que agrupe personas hermanadas hacia el mismo fin, que recoja conocimientos destilados y comprobados por el tiempo, que tenga una jerarquía respetada y fije un camino y unas técnicas, que entienda la función del grupo como algo “a lo que doy y de lo que recibo”.
Una Escuela de Vida da la posibilidad de que uno se construya a sí mismo. Ofrece las herramientas para desarrollar los potenciales profundos que tenemos como seres biológicos y espirituales, ofrece una orientación unificada que evita perderse en cursillos y técnicas dispares, una escuela reúne aquellas personas orientadas hacia el mismo fin para compartir y contrastar todo aquello que la individualidad no permite, en especial para adquirir los términos de referencia necesarios para elevarse sobre una vida vulgar.
Dentro de una Escuela de Vida se fija la atención ordenadamente en los diversos ámbitos a desarrollar –trabajo corporal, emociones, intelecto, espiritualidad, estilo de pensamiento, pertenencia al grupo…– y se trata de unificarlos de forma coherente y armoniosa, buscando la mejor orientación o guía en cada ámbito para apoyar el desarrollo total del individuo hacia una vida con sentido. En la universidades norteamericanas y en muchas europeas, los alumnos pueden escoger sus asignaturas para organizar su programa de formación superior. Cogen alguna asignatura porque les gusta el profesor, otra porque parece interesante, otras porque dicen que aprueban con facilidad o por capricho, también alguna materia que da prestigio al programa elegido y con todo ello se elabora una ensalada de verano que, a veces, carece de coherencia y armonía, carece de función unificada hacia una finalidad sólida. No se puede avanzar muy lejos con todo ello, aunque haya sido divertido seguir tales materias. Si esto sucede con la simple adquisición de datos ¡qué no sucederá con la sabiduría y los conocimientos, que son mucho más profundos y sutiles a la vez! Un maestro –o el conjunto de ellos que llevan una Escuela o Tradición– tal vez se dé cuenta de que no avanzas más por impaciente y te sugiera desarrollar la paciencia haciendo algo muy rutinario durante meses, antes de encarar alguna otra etapa más “espiritual” del desarrollo. Tal vez a otro le sugiera leer, ya que tiene su intelecto dormido, cosa que nunca indicaría a un profesor que probablemente tenga esta función bien desarrollada pero sea incapaz de reconocer sus emociones.
Finalmente, otra cualidad de las verdaderas Escuelas de Vida es que son escuelas de discreción. Nunca hacen publicidad de masas ni animan a nadie a participar si no lo desea. Se anuncia su existencia con discreción, con elegancia, de persona a persona. Aquellos que sienten la necesidad de elevarse, de desarrollarse de verdad ya las buscan. No se trata de construir hacia fuera sino de crecer hacia adentro.
Una Escuela de Vida ha de permitir que los corazones de sus componentes puedan entenderse profundamente con susurros suaves, con miradas silenciosas, sin rebuznar ni vociferar. Es el marco para trabajar con esfuerzo junto a otras personas que desean que su vida tenga sentido, y como el sentido de la existencia es gigantesco pero muy sutil hay que aprender de hablar en voz bajita.